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Archive for junio 2012

 

 

Los personajes en el cuento literario se presentan como ejecutores del suceso principal, de modo que cada caracterización –descripciones, rasgos psicológicos, etc.– está subsumida en función a ese suceso, es decir, que el suceso mismo del cuento los configura, los define.  Las descripciones de los personajes no pueden ser arbitrarias o sólo decorativas, puesto que los límites estrictos del cuento en cuanto a síntesis y efecto así lo prefieren. Dice Lancelotti:

[…] Admitir que el verdadero personaje del cuento es el acontecimiento (lo acontecido) y que el protagonista se comporta, más bien, como un ejecutor. De todos modos, el personaje de un cuento no excede el relato y es, a lo sumo, igual al suceso, si no le es inferior (1973:11).

La caracterización a partir de los rasgos y sus particularidades los divide en personajes típicos y personajes atípicos. Los primeros representan todas las cualidades de un grupo, de acuerdo a una región, una época, etc., los segundos exceden a los grupos y se apartan de lo conocido u obvio, son seres complejos y originales. Para representar a un personaje, el cuentista se vale de descripciones y de acciones, estas últimas pueden ser mediante acciones concretas que permiten que el lector infiera una conclusión específica o por medio de lo que el personaje diga o lo que digan el resto de él, utilizando para ello los diálogos. Además de los rasgos físicos, el narrador refiere también al aspecto psicológico individual; en este sentido, pueden ser personajes planos, o tener –sobre todo en el caso del protagonista–, o ser personajes complejos, tener una complejidad psicológica y/o espiritual que los fortalezca como sujetos.  Sin embargo, estos aspectos interiores no deben ser excesivos o sobrantes, puesto que, como ya se dijo, la consecuencia de una prosa “embarrada” es la distracción del lector. Por ello:

Todo personaje que quiera alcanzar un protagonismo en el cuento o una caracterización psicológica, social o política muy marcadas estará impidiendo la viabilidad efectiva en el cuento y terminará por eclipsar lo único importante: el hecho contado[1].

 Es a esto que se refirió Horacio Quiroga en su Decálogo del perfecto cuentista al recomendar: “Toma a los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver[2]”.

            Otro aspecto de la presentación de los personajes tiene que ver con el papel que estos desempeñen en la historia; así, pueden ser protagonistas, secundarios o parte de grupos como figuras de fondo. El espectro aún puede ampliarse si se consideran los distintos niveles de importancia que pueden tener los secundarios, en cuanto al tipo de contribución que hagan al suceso. Por eso, más allá de las descripciones, del retrato o de la carga social, psicológica o espiritual que un personaje pueda tener y dado que en el cuento literario todos los elementos quedan indefectiblemente sublimados al suceso único, resulta conveniente darles a cada uno de los personajes un rol que los defina a partir de un accionar concreto e individual. Al respecto, Greimas vislumbró que a partir de las acciones de los personajes, estos pueden reducirse en seis actantes: ser sujeto y desear un objeto, ser objeto, ser destinador o donante y hacer que ese objeto sea accesible, ser destinatario y recibir el objeto –puede o no coincidir con el sujeto–, ser ayudante del sujeto o ser su oponente al ponerle obstáculos que le dificulten concretar su objetivo. Esta dependencia entre los actantes no es más que una relación de fuerzas y debilidades que tiene que darse para que la acción cobre dramatismo.


[1] Centro Virtual Cervantes. Cauce, revista de filología y su didáctica, nº8, 1985, páginas 205-215, [en línea]. España. Dirección URL: < http://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce08/cauce_08_010.pdf&gt;

[2] Ídem.

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